El sábado pasé un día entre Gigantes y me di cuenta de que son realmente grandes.
No eran cualquier Gigante, eran Gigantes especiales, porque aman los libros y los editan con sumo cuidado. Se llevan genial entre ellos, hacen bromas, beben cervezas y admiran el trabajo el uno del otro.
Cada Gigante participó en el encuentro de forma diferente. Leyeron versos En Cuarentena, relatos sobre La higiene íntima, proyectaron películas de Dirty Works, y pusieron la música de los años 80 y 90 típica de las Horas Muertas.
Entre Gigantes todo es posible. Siempre te sorprenden, porque ser Gigante supone que se ve todo desde lo alto, con una buena perspectiva, de forma que el bosque no impide ver el camino a seguir. Por eso, estos Gigantes hacen cosas preciosas e innovadoras con los libros, porque ven más allá y son capaces de darse cuenta de que un libro es mucho más que letras y papel, es fotografía, es arte, es música, es pintura, es imaginación.
Algunos Gigantes nos contaron que habían decidido que los autores no tenían que pagar por editar, que todos los libros debían costar lo mismo independientemente del número de páginas, otros pensaron que cada lector podría contribuir a la edición de los libros, y otros, amantes de la música y de la lectura, se atrevieron a componer su propia editorial y a distribuir sus libros con un carrito.
Hubo un Gigante, que se llama Nakama, que se dedicó a vender los libros. Conocía los secretos de cada libro, se los contaba a los que querían comprarlo, les cautivaba con sus palabras. Es un gigante muy especial, que se refugia en una guarida llena de emociones y libros en Chueca.
Los Gigantes que conocí el sábado son seres extraordinarios porque no solo aman los libros, sino que también aman y miman a quienes los leen.
El sábado pasé un día entre Gigantes, y quiero repetir, porque han dejado una huella enorme en mí.